martes, 29 de septiembre de 2009

XVI
Donde estás, Constanza...

Alex se bajo del bus Catedral - Manuel Montt y se encaminó por la calle Sucre, con paso lento. Una refrexión que ya le era una certeza le ocupaba la mente: las cosas que no llegan a pasar pueden ser tan importantes como las que sí acontecen. En eso se había equivocado el tío Cesar. El había abandonado a Constanza en un momento crucial, pero no interesaba tanto la instancia en que se había producido su defección. No le conmovía ni le afectaban realmente esas circunstancias que, claro está, agudizaban en la forma su traición; lo que de veras y profundamente le alteraba el ánimo a Alex era lo que nutría su actitud, o su inercia, la constatación en su interior de una falta de fe, su súbita ineptitud para perderse y fundirse con Constanza en el tejido de su fantasía, de su sueño, de su aventura y, esto no era menos grave, la coetánea comprobación de que algo que era todo un mundo podía estar cerrándose para siempre. Entonces, el sabor de un desconocido remordimiento y de una curiosa suerte de anticipada nostalgia tomaba cuerpo en su intimidad.

José Luis Rosasco

Dónde estás, Constanza...

martes, 22 de septiembre de 2009

Tortas de Navidad
I Enero

Ese día ni se planchaba ni se bordaba ni se cosía ropa. Después todas se iban a sus recámaras a leer, rezar y dormir. Una de estas tardes, antes de que Mamá Elena dijera que ya se podían
levantar de la mesa, Tita, que entonces contaba con quince años, le anunció con voz temblorosa que Pedro Muzquiz quería venir a hablar con ella...
-¿Y de qué me tiene que venir a hablar ese señor?
Dijo Mamá Elena luego de un silencio interminable que encogió el alma de Tita.
Con voz apenas perceptible Tita respondió:
-Yo no sé.
Mamá Elena le lanzó una mirada que para Tita encerraba todos los años de represión que
habían flotado sobre la familia y dijo:
-Pues más vale que le informes que si es para pedir tu mano, no lo haga. Perdería su tiempo y me haría perder el mío. Sabes muy bien que por ser la más chica de las mujeres a ti te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte.
Dicho esto, Mamá Elena se puso lentamente de pie, guardó sus lentes dentro del delantal
y a manera de orden final repitió:
-¡Por hoy, hemos terminado con esto!
Tita sabía que dentro de las normas de comunicación de la casa no estaba incluido el diálogo, pero aun así, por primera vez en su vida intentó protestar a un mandato de su madre.
-Pero es que yo opino que...
-¡Tú no opinas nada y se acabó! Nunca, por generaciones, nadie en mi familia ha protestado ante esta costumbre y no va a ser una de mis hijas quien lo haga.
Tita bajó la cabeza y con la misma fuerza con que sus lágrimas cayeron sobre la mesa, así
cayó sobre ella su destino. Y desde ese momento supieron ella y la mesa que no podían modificar ni tantito la dirección de estas fuerzas desconocidas que las obligaban, a la una, a compartir con Tita su sino, recibiendo sus amargas lágrimas desde el momento en que nació, y a la otra a asumir esta absurda determinación.

Laura Esquivel
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