martes, 29 de septiembre de 2009

XVI
Donde estás, Constanza...

Alex se bajo del bus Catedral - Manuel Montt y se encaminó por la calle Sucre, con paso lento. Una refrexión que ya le era una certeza le ocupaba la mente: las cosas que no llegan a pasar pueden ser tan importantes como las que sí acontecen. En eso se había equivocado el tío Cesar. El había abandonado a Constanza en un momento crucial, pero no interesaba tanto la instancia en que se había producido su defección. No le conmovía ni le afectaban realmente esas circunstancias que, claro está, agudizaban en la forma su traición; lo que de veras y profundamente le alteraba el ánimo a Alex era lo que nutría su actitud, o su inercia, la constatación en su interior de una falta de fe, su súbita ineptitud para perderse y fundirse con Constanza en el tejido de su fantasía, de su sueño, de su aventura y, esto no era menos grave, la coetánea comprobación de que algo que era todo un mundo podía estar cerrándose para siempre. Entonces, el sabor de un desconocido remordimiento y de una curiosa suerte de anticipada nostalgia tomaba cuerpo en su intimidad.

José Luis Rosasco

Dónde estás, Constanza...

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